miércoles, 21 de mayo de 2014

"Los niños del otro espejo" - parte 5

La escena se retomaba y podía continuar su rumbo, desplegándose en un nuevo escenario ficcional y lúdico. Lo importante a destacar de esta breve secuencia, es que a partir de las estereotipias y el desborde de Pablo la escena que pudimos construir fue configurando un escenario transferencial que comenzó a colocarle un borde, un sentido posible frente a lo imposible del quehacer estereotipado. 
Pablo entraba en la escena, miraba y tocaba a los personajes, a Esteban, se babeaba menos, se sonreía, aparecían algunos sonidos y gritos al entregar o al tomar a los personajes, se acercaba más a mí (antes me ignoraba), acrecentaba su gestualidad. Al terminar la sesión, no quería salir del consultorio, ni dejar a sus juguetes-amigos-personajes. 
Al escribir estas líneas, recuerdo un momento en el cual estaba abrazando a todos los juguetes-personajes, Pablo me mira, se detiene por primera vez, se inclina hacia mí y quedamos todos abrazados por un ínfimo e íntimo instante. 

En este recorrido, la estereotipia como pura presencia que no se representa, comienza incipientemente a representarse para él. No es ya una pura acción sin significación, sino que empieza a orientarse en función del Otro y a articularse como gesto significante escénico. 
A los niños del otro espejo generalmente se los clasifica, tipifica, selecciona e institucionaliza en prácticas terapéuticas, clínicas y educativas especiales de acuerdo con pautas, pronósticos y diagnósticos que estigmatizan la estructuración subjetiva y el desarrollo. 
Desde nuestra perspectiva pretendemos incluirnos en el otro espejo, apartándonos de lo que supuestamente estos niños no pueden hacer, ni crear, ni decir, ni representar, ni simbolizar, ni jugar, para ubicarnos fervientemente a partir de lo que sí pueden construir, pensar, imaginar, hacer, decir y realizar aunque parezca extraño, desmedido, intraducible, caótico o imposible. 

Desde esta posición se nos abre la posibilidad de encontrarnos con el otro espejo, con la otra infancia sufriente, aquella que en su desmesura permanece en la impermanencia de lo inmóvil. Ella se agota en el mínimo desplazamiento, en ese movimiento ínfimo consume su significado. 
El mundo del niño del otro espejo es desértico en su esencia, siempre idéntico a lo que no es, persiste cercenándose. Construye definitivamente una escena fija, desguarnecida del Otro, en ella ocupa el tiempo todo. 
Estamos persuadidos de que existe una estructura sin sujeto constituido como tal. Los niños del otro espejo no hacen más que confirmarlo, crean huellas en el agua, por lo tanto, no hay registro de ellas a menos que, en una increíble parodia, nos metamorfoseemos en agua para recuperarla como acontecimiento significante propio de un decir aún no dicho y de una relación no concluida ni develada. 


La Cátedra.

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